La autora, en la SECH, firmando ejemplares de su libro MALDITO PARAÍSO. |
habladurías
“Multiplicaré tus trabajos y tus penas.
Parirás con dolor a tus hijos y buscarás
con ardor a tu marido, que te dominará”
(Génesis III. 7-3)
como en un barril de pólvora
confusa Babel sobre cuatro ruedas
sus habitantes mastican una a una cada palabra
te compro pollo una vez al mes
te saco a pasear en micro
¡qué más quieres! 11
revolcando sus manos en los bolsillos
ella lo mira desde su ojo morado
no tiene escapatoria y cuelga
desde el umbral de una ventana
silenciosa y sin afiches oficiales
a cinco críos muertos de hambre
y al beso que la crucificó a los 13
cuando su padre la echó a la calle
te compro pollo una vez al mes
te saco a pasear en micro
¡qué más quieres!
me levanto asustada y la miro
ella con la boca abierta
y un río de sangre inundando la tierra
y la vidente consagra: “toda bandera es un río de sangre” 12
y tu sangre
y la mía
no tiene fin
Infame paraíso no hay salida él arranca
buscando a Dios para pedirle cuentas
zanjar aquella vieja deuda
cobrar sus treinta monedas de plata
y zurcir aquella historia que sangra de su costado
11 Conversaciones de una pareja captada en la micro, en Valparaíso.
12 Stella Díaz Varín, Los dones previsibles, poema IV, sexto verso y final.
GAVIOTA ROJA
Un golpe seco. Tú me indicas la gaviota herida que cayó del pino a un costado de tu casa y que impávida nos observa. Sangre en su pico, en sus ojos, a pincelazos breves bordando sus plumas blancas y al acercarnos, una gota tras otra, lentamente, teñía el piso de madera. Sola como un velero encallado, la sueño muerta enredada en su vómito. La sangre explota desde sus pulmones. Es papá que tose. Yo lo amaba y lloré siete días y siete noches aunque de adolescente te confieso, que cansada de sus retos, lo odié a escondidas. Tuve miedo porque creí que moría. La tos y la sangre en el pavimento. Yo caigo. El cerro no termina. Me despierto asustada. La gaviota intenta levantarse y recorre nuestras miradas sin perder la calma. Abre sus alas. Pretende alzar el vuelo, pero casi rueda por el precipicio. Mi papá fue el único que se salvó de todos los internos en la clínica. Me preguntas por qué lo odié. Han pasado tantos años. Uno odia al padre de repente sin explicaciones. Miles de cuchillos lo perseguían noche a noche al subir por el cerro empedrado. A la vuelta de la esquina lo esperaban. Entonces yo no pude salir de casa obligada a esconderme de su muerte. La sangre de la gaviota es de un rojo ardiente distinto al rojo muerto insoportable de la tos de mi padre que me trastorna. La empinas dulce y ella, a trastabillones, emprende viaje en busca del mar. Cierro los ojos y sólo veo un volantín blanco. Con los recuerdos de mi padre herido, recorro de nuevo el camino a casa y descubro en el piso sólo una gaviota roja.